Pensé que debías saber que echo de menos tus manías.
Echo de menos que te pusieras mis camisetas aunque te vinieran tres tallas pequeñas, y que luego te tiraras junto a mí en el sofá o en la cama y me dieras calor, poner una película de fondo y que ésta nos diera igual, porque entonces empezábamos a besarnos y reírnos con nuestros juegos. Acabábamos los dos, uno sobre el otro, escuchando el respirar del otro, hablando en voz baja, como si alguien nos pudiese escuchar. Y al final acababamos durmiendonos abrazados.
O que te pusieras a cantar, también lo echo de menos. Que te pusieses a cantar una canción con la peor de tus voces y el más arrítmico de los bailes. Luego, cuando de verdad te ponías serío, o nostálgico, te oía cantar a susurros, con timidez, y deseaba con todas mis fuerzas escucharte en alto o, por lo menos, que me susurrases al oído.
Pensé que debías saberlo.
Que echo de menos verte sonreír.
Que echo de menos abrazarte por la espalda.
Que echo de menos decirte todo cuanto sueño.
Rozarte.
Besarte.
Follarte.
Y ya no sé si quieres, o puedes. Si te sigo haciendo falta, como creia que era antes.
O si ya no soy nada.
Porque estás ausente y te noto tan lejos que apenas alcanzo a verte, aún estando a dos centímetros de mí, aún notando tu respirar, aún tratandote igual que lo he hecho siempre. Porque con el paso del tiempo has ido dejando de ser tú para convertirte en otra persona. Y no te reconozco, y ya no eres tú, y ya ni siquiera soy yo.
Te echo de menos.
Pensé que debías saberlo.
Vuelve
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